Fue el gran caudillo político de Pilar del siglo XX. Boxeador, albañil, recitador y un espíritu solidario que le valió el amor del pueblo.
Luis David Celestino Lagomarsino (o Luis Lagomarsino, o Luiso para todos) nació el 8 de noviembre de 1925, hijo de Atilio Lagomarsino y su esposa María Rosasco Bacigalupo, quienes llegaron desde Génova allá por 1920 junto a Bruna, la primogénita. Él era peluquero; ella, ama de casa y cocinera experta, incluso hasta con ciertos dotes de curandera. La familia se completó con el nacimiento de Heriberto.
Con los años, el emprendimiento de los Lagomarsino sería el restaurante “El descanso”, ubicado en la actual esquina de ruta 8 y Sanguinetti, gracias a los saberes culinarios de María, la primera celebridad de la familia.
El pequeño Luis fue alumno de la antigua Escuela N°5, para luego pasar por la N°4 de Villa Verde y terminar sus estudios Primarios en la N°1. Desde muy chico supo que tendría que salir a ganarse el pan: cuando aún cursaba 4º grado, con un compañerito (Berberena) vendían frutas que agolpaban en un canasto, haciéndose llamar “Los dos amigos”. En su infancia fue también canillita y cuidador de autos.
Al terminar la escuela, para ese entonces la familia ya se había trasladado a Villa Morra. En su adolescencia, Luiso comenzó a trabajar como albañil e intervino en varias obras importantes, como la construcción del Instituto Verbo Divino y trabajos en la Escuela Nº1.
Ese oficio le haría conocer el amor al quedar deslumbrado con la hija de un compañero de trabajo: Lidia Ambrosini, quien sería su esposa y madre de sus dos hijos, Ana María y Oscar.
Multifacético, en aquellos años fue boxeador amateur (22 peleas, sólo una derrota, de la que se tomó revancha), futbolista del Club Peñarol, actor y recitador. En este último rubro se destacó especialmente, con virtudes que lo llevaron a varias radios y teatros.
Cuando el noviazgo con Lidia se convirtió en matrimonio, ambos se mudaron muy cerca de la casa de Atilio y María, en la calle Sarmiento. A esa pequeña casa (empezaron con una sola habitación) Luiso la fue agrandando con sus propias manos, aprovechando sus conocimientos de albañilería.
De radical a compañero
Mientras Luiso desarrollaba todas esas actividades, el bichito de la política comenzó a picar. Siempre apegado a lo popular, no dudó en identificarse con la Unión Cívica Radical y el recuerdo aún fresco de Hipólito Yrigoyen. De hecho, no tardó en presidir la Juventud Radical de Pilar y estrechar lazos con la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Heriberto también abrazó con fervor las ideas radicales.
Hubo un día en el que la historia política argentina cambió para siempre: 17 de octubre de 1945. La fecha sorprendió a Lagomarsino en pleno cumplimiento del servicio militar en El Palomar, por lo que no pudo vivir los sucesos desde cerca. Sin embargo, al terminar la conscripción el joven radical de 20 años se reintegró al trabajo de albañil, pero enseguida notó que los tiempos habían cambiado: sus compañeros, antes radicales, ahora eran peronistas.
El propio Luiso recordaba sobre el viraje: “Pregunté cuáles habían sido las causas de esa transformación y ellos me contestaron: ‘Mirá, acá ahora la campana toca a las 8 y salimos a las 12; toca a las 14 y salimos a las 18. Tenemos aguinaldo y nos respetan como trabajadores’. Ahí notaba en la práctica la justicia social del peronismo y me enrolé en sus filas”.
Así fue como en 1951 comenzó a ocupar el puesto de subdelegado de Trabajo y Previsión. Fue concejal entre 1953 y 1955, pero llegó el golpe de Estado que destituyó a Perón y Lagomarsino dejó el cargo para volver a trabajar como albañil.
Tiempo más tarde entró a trabajar en la empresa Albayda, ascendiendo hasta quedar como encargado, aunque la situación económica no era buena y mantener a la familia se tornaba cada vez más difícil. Todo comenzó a cambiar al estrechar relaciones con Ismael Ferrarotti, poderoso empresario y político radical pilarense.
Fue Ferrarotti quien le propuso cambiar de empleo, dedicándose a la venta de kerosén en prácticamente todo el distrito. El viraje completo se dio cuando ambos fueron socios en el manejo de la estación de servicio “Mingo”, ubicada en la ruta 8 (por eso se conoce a ese lugar como “curva del Mingo”). Ferrarotti aportó el capital y Lagomarsino la fuerza de trabajo. También formaron parte de la sociedad su hijo y su cuñado.
Luego surgió la chance de comprar una nueva estación de servicio, en el barrio hoy conocido como El Panchito.
Nace un caudillo
En las elecciones de 1973, Perón ya estaba de regreso y Luiso aspiraba a ser candidato a intendente, aunque debía dirimir una interna con otro referente, Héctor “Titi” Canciani.
Una vez más las ilusiones se truncaron: entre internas y conflictos el justicialismo no se presentó en el distrito, por lo que el sorpresivo ganador fue el joven candidato de Nueva Fuerza, Daniel Alberto “Beto” Ponce de León. Hubo 12 mil votos en blanco, más del doble de los que obtuvo el flamante intendente.
Los años oscuros de la dictadura transcurrieron entre reuniones clandestinas y añoranzas de democracia, algo que finalmente ocurrió en 1983. El camino hacia la intendencia incluyó la victoria en una interna contra la lista encabezada por Mario Martínez.
Los candidatos que se disputaban la Comuna con mayores chances eran Lagomarsino por el Partido Justicialista y Edgardo Martignone por la UCR. A su vez, en el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) la candidata era Nélida “Coca” Domenech, quien finalmente entró como concejal.
La noche del 30 de octubre fue de festejo, aunque también se vivió con dolor: horas antes falleció sorpresivamente Américo Vattuone, uno de los grandes caudillos justicialistas de Pilar, el intendente electo que en 1962 no pudo asumir.
El triunfo no dejó dudas: el PJ obtuvo 17.930 votos, seguido por la UCR con 11.535. Así, Pilar fue uno de los apenas 29 distritos bonaerenses en los que se impuso el peronismo. El pueblo ya tenía nuevo intendente.
La gestión
Entre sus laderos más fieles en la intendencia estuvieron Dino Boeri, Abel Caballero, Pancho Magioncalda y su hijo Fernando. Aún siendo jefe comunal, Luiso seguía yendo a la estación de servicio a las 5 de la mañana para “hacer la caja” y a las 7 entraba a la Municipalidad. Luego, esa estación se vendería, achicando aún más un patrimonio de por sí austero.
Durante los cuatro años del mandato de Luis Lagomarsino se radicaron más de 50 industrias en todo el distrito, la mayoría de ellas en el Parque Industrial. Además, en 1986 llegó a Pilar la Universidad del Salvador, fundándose su campus “Nuestra Señora del Pilar”. Un año más tarde se concretó la histórica visita del presidente Raúl Alfonsín, a quien le entregó la llave de la ciudad.
En cuanto a obra pública se avanzó con pavimentos en Villa Rosa, Manuel Alberti y Presidente Derqui; mientras que se extendió la red de gas natural en el área noroeste de Pilar y el barrio lindero al cementerio. El municipio contaba al final de su mandato con 897 empleados activos, entre planta permanente y contratados.
Jamás se mudó de la casa de Villa Morra, aquella que amplió con sus propias manos. Tampoco se desprendió de su legendario Ford Falcon rojo, vendido años después de su muerte.
“Traeme cambio, no me dejes sin cambio”, le repetía Luiso una y otra vez a Abel Caballero, día tras día. Para el intendente, salir a la calle significaba ser asediado por vecinos que le pedían aunque sea unas monedas o billetes de baja denominación para comprar comida o remedios.
Algo similar ocurría cada tarde, en el negocio de venta de sábanas que su hijo Oscar tenía con su esposa Ana María sobre la calle Rivadavia. Lagomarsino llegaba al local y esperaba a que “Goyete” volviera con Mariana (su primera nieta) del Jardín, para saludarla y luego continuar con sus tareas. Mientras tanto, la gente comenzaba a arremolinarse en la vereda, esperando a que saliera para ejercitar el clásico mangazo...
Malos presagios
En paralelo, su gestión sin sobresaltos comenzó a diferenciarse de su estado de salud. Su situación sólo era conocida por sus familiares, amigos y allegados más cercanos. Tantos años de romance con el cigarrillo estaba pasando factura.
El intendente fue auscultado por el mismísimo René Favaloro en el Sanatorio Güemes, quien confirmó la gravedad del asunto. Su nuera Ana María recordaba que “por estar dando tanto a todo el mundo, a veces no tenía para comprar la sublingual, se la tenían que pagar los amigos. De eso nos enteramos después…”.
En medio de ese panorama sombrío se realizaron las elecciones de 1987, ganadas con comodidad. Tanta era la confianza que ni siquiera se invirtió en campaña, utilizando para los afiches fotos del ’83.
El sábado 12 de diciembre fue el día elegido para la jura y asunción del nuevo mandato. Un rato antes, Oscar y Ana María le dieron la noticia de que sería abuelo otra vez. Luiso estaba convencido de que sería varón, como finalmente sucedió (Federico). Además de Mariana, ya habían llegado Florencia y Hernán, presentes esa tarde en el Municipio acompañando a su abuelo.
Una vez en la calle, ante una multitud se realizó la tradicional jura. Nadie hubiese creído que, en pocas horas, mucha más gente se congregaría en el mismo lugar, pero con la intención de despedirlo.
Esa noche no hubo festejo para él, ya que luego del acto protocolar se fue a su casa. Sin embargo, el domingo recibió una invitación para compartir un asado en el centro tradicionalista El Pial, de la localidad de Zelaya y no se pudo negar.
“Boeri, Lagomarsino está descompuesto”, escuchó Dino, quien lo había llevado al asado. De inmediato lo subieron al vehículo con destino al hospital, a pesar de su resistencia inicial. Los estudios realizados en el Sanguinetti dieron muy mal, por lo que fue necesario trasladarlo de urgencia a bordo de una unidad coronaria al Hospital Italiano. Junto a él viajó Goyete, mientras en auto iban Boeri y Heriberto.
La noche del domingo fue de una larga vigilia para los familiares y amigos. Las comunicaciones no eran ni parecidas a las actuales, por lo que muchos pilarenses no tenían idea de lo que estaba ocurriendo. Recién con el paso de las horas, Radiodifusora América transmitió los partes médicos.
El lunes 14 de diciembre su estado se agravó de forma irreversible, hasta que pasado el mediodía la familia recibió la noticia que nadie quería escuchar: a los 62 años había fallecido Luis David Celestino Lagomarsino.
El adiós
Cerca de las 16 se comenzó a organizar el sepelio. Lentamente, la noticia comenzó a propagarse de boca en boca y lo que siguió fue nada menos que la mayor demostración de congoja popular de la historia de Pilar. Quien estuvo allí no se lo olvidará jamás: una multitud se acercó hasta el Palacio Municipal, donde tuvo lugar el velatorio.
En un principio, la capilla ardiente se organizó en Salón de Sesiones del Concejo Deliberante, pero al día siguiente debieron trasladar el féretro a la planta baja ya que existía riesgo de derrumbe por la cantidad de gente. Entre los visitantes estuvo el gobernador recientemente asumido, Antonio Cafiero.
Las líneas de colectivos locales extendieron sus horarios y ofrecieron viajes gratuitos desde los barrios para los vecinos que querían acercarse. Las coronas fueron más de 350, por lo que se necesitaron 16 autos para portarlas, más los coches que acompañaron el cortejo hasta el cementerio municipal.
Mucha gente seguía los acontecimientos incluso en el techo de las bóvedas o trepados a los árboles. En un principio, los restos mortales de Lagomarsino fueron depositados en el panteón de la Asociación Italiana.
Casi como un símbolo de la austeridad que siempre pregonó, el dinero para trasladarlo a un mausoleo propio no salió de las arcas municipales: sus amigos hicieron una colecta para poder pagar la construcción.
Allí reposa desde hace más de 35 años Luis Lagomarsino. El hijo de Atilio y María, el nene que vendía frutas, el albañil que camino a casa les regalaba caramelos a los chicos, el intendente, el vecino común, padre y abuelo. Luiso, el caudillo.