Carlos Eduardo Robledo Puch lleva más de 50 años preso. Sin embargo, quedó más cerca que nunca de la libertad. Dos de sus crímenes fueron cometidos en Pilar.

 

Luego de haber sido ultrajada en el asiento trasero de un Dodge Polara, Virginia Rodríguez caminó semidesnuda por el costado de la Panamericana, pensando quizás que la pesadilla había terminado. Apenas alcanzó a dar unos pasos, cuando cinco tiros por la espalda terminaron con su vida. Tenía 16 años, apenas tres menos que su asesino. Diez días más tarde, otra joven mujer correría la misma suerte.

Carlos Eduardo Robledo Puch pasó a la historia criminalística argentina por ser un frío verdugo de serenos. Sin embargo, el Ángel de la Muerte también asesinó a dos mujeres en 1971, y el escenario fue Pilar.

Robledo Puch se crió en Olivos. De chico aprendió piano, alemán e inglés, pero en el barrio no lo trataban de la mejor manera: por su prolijidad y buenos modales recibía burlas y golpes. Los problemas de conducta aparecieron durante el secundario, que terminó abandonando.

Tras algunos robos menores, su carrera delictiva comenzó al conocer a Jorge Ibáñez, un joven que ya tenía antecedentes penales. Pero Carlos le tomó el gusto a asesinar a los serenos que encontrara a su paso, por más que estuviesen durmiendo. Fueron nueve en menos de un año.

 

Sangre fría

Virginia Rodríguez era una prostituta de apenas 16 años que vivía en la zona de Constitución. La noche del 13 de junio del ‘71, Carlos estaba comiendo en una pizzería cuando Ibáñez pasó a buscarlo a bordo de un Dodge Polara. Apenas comenzado el viaje encontraron a Virginia en una esquina y la obligaron a subir al auto.

Tomaron la Panamericana con rumbo al norte y se detuvieron en Pilar, a la altura del kilómetro 57: con el Dodge estacionado a la vera del camino –la ruta, en esas épocas, era un paraje despoblado muy diferente al actual-, Ibáñez desnudó a la fuerza a la joven para después abusar de ella, mientras Robledo esperaba, impasible.

Cuando bajó del auto, Virginia recibió la orden de irse, por lo que comenzó a caminar en sentido contrario a la autopista. No sabía que Robledo la seguía a unos metros de distancia. Le disparó cinco veces por la espalda, para luego sacarle unos pocos pesos de la cartera.

Apenas 11 días después, el 24 de junio, la pareja volvió a matar, a bordo de otro Dodge. La víctima fue Ana María Di Nardo, una modelo de 23 años que fue abordada cuando salía de la discoteca “Katoa”, de Olivos. El lugar elegido para llevar a cabo el crimen fue casi el mismo que el anterior.

Pero, a diferencia de la adolescente, Di Nardo sabía artes marciales y se defendió del ataque hasta donde pudo. Luego de un largo forcejeo, Ibáñez le ordenó que se fuera, pero solo para darle paso a Robledo, quien la atacó por la espalda, esta vez con siete disparos.

El desenlace es conocido: verano del ’72. Tras una serie de torpezas de principiante, la policía captura al asesino múltiple de la zona norte. Los televidentes esperan ansiosos frente a la tele para ver al chacal tan temido. La pantalla devuelve la imagen de mirada fría, pelo ensortijado y remera a rayas.

Conocénos

No son leyendas, ni se aplica el rigor del historiador: está compuesto por relatos sobre vecinos, personajes y sucesos que marcaron al distrito a lo largo del tiempo, especialmente en el sigo XX.

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